"El fútbol es la máxima expresión de lealtad humana al aire libre" Antonio Gramsci

miércoles, 27 de julio de 2011

El Diego de la gente

Si yo fuera Maradona
viviría como él
porque el mundo es una bola
que se vive a flor de piel”
Manu Chao

Por  Salvador Ernesto Fernández Sandoval

“Yo nací en un barrio privado: privado de agua, luz y teléfono” lanzaba Diego Armando Maradona en una sesión con la prensa boliviana. Haciendo referencia a su barrio natal, Villa Fiorito, una de las “villas miseria” más importantes de la capital argentina.
Cuando debutó en 1976 con Argentinos Junior, Maradona le hizo la más grande de las gambetas a la historia, al destino. Cambió su vida, la de su familia y la de los habitantes del extenso planeta fútbol.  El fútbol nunca más volvió a ser el mismo. Maradona gambeteaba en la cancha la miseria de los que abajo que somos, se burlaba de la suerte y de los que tienen más. Fue el mejor con la pelota y fue el mejor sin ella. Denunció la mafia de la FIFA cuando Pelé les rendía pleitesía y fue castigado.
Muchos critican a Maradona por, quizás, su aspecto más humano. El Diego tenía una debilidad en polvo, pero no era más que un escape a la fama y a la dependencia global de su zurda. Maradona nunca se drogó antes de un partido, lo hacía solo, triste y encerrado en su casa. Como dice Galeano: “Maradona jugaba mejor que nadie a pesar de la cocaína, no por ella”.
El fútbol, como catalizador de felicidad encontró en Maradona el generador que necesitaba. El barrilete cósmico devolvió la alegría a un deporte que se hacía (y se hace) cada vez más físico. La gente encontró en Maradona el ejemplo de cómo uno puede ser más de lo que se espera, de lo que se supone.
Maradona solo sacó campeón del mundo a una Argentina que necesitaba triunfos y alegrías. Los goles a los ingleses devolvieron más dignidad que cualquier acción gubernamental oficial. Nunca ser sudamericano tuvo tanta dignidad.
En Nápoles se consagró como d10s. El club de la camiseta azul y de la camorra vio como este insolente petizo del fin del mundo ponía el norte en el sur. La “vecchia segnora” lloraba con la aparición del pelusa. El reinado del norte se ponía en duda por primera vez en medio siglo.
Aquí comenzó la caída. La coca se hizo pública y la condena no tardó en llegar. Para el mundial de Italia los tanos norteños  criticaron y satanizaron cada jugada del diez, y cuando Argentina sucumbió ante Alemania en la final (tras eliminar a los locales en semis) Maradona pasó a ser una sombra de lo que alguna vez fue para el ojo popular, influenciado por el “establishmen” que detestaba al talentoso falopero.
En Estados Unidos ´94, la cosa fue distinta. Argentina llegó apenas, y requirió de un olvidado Maradona para llegar a la justa futbolística norteamericana. Pero la FIFA no estaba dispuesta a dejar que nuevamente Maradona llevara en andas a la Argentina hasta el campeonato mundial. Algo había que hacer, y entonces, apareció la efedrina. La efedrina está permitida en la competencia deportiva de la mayoría de los países del mundo. Este jarabe para la toz no está considerado como un estimulante por nadie, o casi nadie. La FIFA argumentó que Maradona hacía trampa al ocupar este medicamento y decidió castigarlo, antes de que sus gambetas llegaran a hacer trastabillar el poder de Zurich.
“Me cortaron las piernas” diría el Diego tiempo después, en su despedida de las canchas. La fantasía alegre, irreverente y rebelde, desaparecerían por culpa de quienes no ven goce sino dólares en el balón.
Pero no importa. La gambeta ya quedó en la retina de todos. El arte de tratar bien al balón hizo cuna en esta parte de la tierra, y hoy, son miles los que quieren ser como él. Gambetear la miseria y olvidar el olvido. Ahora todos lo sabemos, “la pelota no se mancha”. 

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